Pobre Pablo, imaginarlo a sus 17 años, sacado a la fuerza de
su casa en una madrugada a punta de metralla para no volver nunca más, lo menos
que puede suceder en uno es sentir un dolor profundo y una enorme pena sin
conocer más que ese terrible suceso entre las tantas historias que fueron
forjadas por el terror en la noche de la dictadura. La desaparición de Pablo en el expediente judicial
Leer el reportaje a su
madre en el diario ámbito Financiero de hoy 7/9/2013 , Graciela Fernández Meijide – alguna
vez un referente importante de la lucha moral que miles de mujeres emprendieron
por la verdad y la justicia – es decepcionante, triste y a la vez patético. acá tenemos la nota
Pero tiene que ver con el derrotero de Meijide, con su
derrotero político y el personal, una suerte de “rara avis” que nunca estuvo
del todo en la lucha de los organismos
de derechos humanos y a la vez da un salto a la política, representando
muchísimas expresiones que la hacen llegar hasta la precandidatura presidencial
por la Alianza en 1999, claro está cuando durante el menemismo era fácil sacar chapa de progre.
Derrotado en Frepaso en la interna contra el aparato
del radicalismo, Meijide es candidata a gobernadora de la provincia de Buenos
Aires, nada menos.
El premio consuelo fue el Ministerio de Desarrollo Social,
por el que mendigaba en el programa de Mirtha Legrand. A esa altura era un
espectro, quedaba una sombra de la
promesa de la nueva política. Su desempeño en la gestión pública fue de una
lastimosidad tal que una tapa de la revista de Lanata la dejó afuera del
ministerio e hizo polvo su deplorable recorrido por la política.
En su cénit se mostró como una soberbia y jamás pasó de los límites
de pequeña burguesa de Belgrano, con los prejuicios de clase, bien gorila
antiperonista y hasta con el uso del
psicodrama como herramienta de comunicación.
Dice Meijide que bajar el cuadro de Videla del Colegio
Militar fue agresivo. Descalifica el gesto más grande ocurrido como señal de
repudio a una etapa signada por la muerte y el terror, de la cuál su propio
hijo, Pablo fue víctima. Es lo más fuerte de sus declaraciones de promoción de
su libro porque también deja caer muchas consideraciones que caen en la delgada
línea de la justificación del golpe. Contradictoria, expiatoria de sus propias
culpas, un dejo de resentimiento por el abandono y nostálgica del papel estelar
que le cupo en una época y al que abandonó sin pena ni gloria, arremete un odio
furibundo al Kirchenrismo en una nota que la pinta de cuerpo entero. La Meijide
real, Rosa Castagnola en estado químicamente puro.
Se le apagaron las cámaras y los flashes, ya no corren los
movileros por su palabra y vuelve, en un segundo acto, a los sets en un remedo de comedia. Una senilidad indigna y penosa.
Le queda el té
pendiente con Cecilia Pando. Pobre Pablo.
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