martes, 30 de agosto de 2011

RENUNCIO A LOS HONORES, NO A LA LUCHA. EVITA

Se nota el dejo de tristeza en la voz más afónica que nunca. Se nota el esfuerzo por trasmitir el final del sueño, la respiración de la gran agitadora se desvanece en las pausas interminables, a ella que las palabras le brotan y se convierten en una consigna le cuesta decir que el salto hacia adelante no puede ser. Avizora en ese límite impuesto los propios límites de la Revolución. Adelantada a su época, la jefa indiscutida de la única construcción organizada de un movimiento político de mujeres en el mundo, había logrado la igualdad de derechos políticos y movilizado a miles de mujeres que entraron a la política para terminar con el ciclo de exclusión decimonónico y poner, desde entonces,  la mirada de la mujer en las decisiones. El cambio cultural profundo que se vivía, necesario y urgente, también se cimentaba en el brazo ejecutor de Perón, Ella misma. Unívoca.
Sus palabras, aún en esa instancia, fueron bellas. "Quiero que el Pueblo me recuerde simplemente como Evita". Un legado que trasciende por lejos la circunstancia. Una ética referencial para el Peronismo, lo colectivo por sobre lo individual.
Como jamás hubieron grises en esa vida disparada como una flecha,  no hubo más que una sola Eva. La que estaría acá, irrenunciable a la lucha. Erguida y de pié,  señalando el lado que nos toca. Yendo a las guaridas propias de la muerte a hacer justicia. Yendo por más igualdad. Iría adelante sin retroceder un solo paso. A la vanguardia, que duda cabe.

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