La
convocatoria del #13N resultó patética, pobre en las consignas y en la cantidad
de participantes. Por cierto las postales dejan al descubierto al núcleo más
virulento, a los que han bebido hectolitros de odio y han ido retroalimentando
un sentimiento que cierra toda posibilidad de debate. Tal vez sean los menos,
el cacerolismo residual podría llamarse, que acrecienta el resentimiento con
horcas, guillotinas, insultos y desvaríos surgidos del chimenterío barato y sin
sustento con la realidad.
Al
bajar la espuma no queda más que los egos maltrechos de los que creían ser
inspiradores y conductores naturales del proceso impugnatorio surgido en el
2012. El grupo que se manifestaba por la redes sociales y sostenía una suerte
de franquicia a la medida de las protestas mediante las webs convocantes ni
siquiera, aún en el descalabro pavoroso de la última convocatoria, ha tomado
debida nota que tan solo han sido instrumentos de otros factores. Fueron
auspiciados, financiados y sponsoreados por los verdaderos mandantes y en
ningún caso emergentes en condiciones de liderar nada más allá de sus propios facebooks
y twitters y del coro que se siente expresado; de ahí los nombres estrambóticos
de sus páginas y la invitación a descargar en sus cloacas todas las miserias habidas y por haber. Una mirada al pasar alcanza y sobra para
observar que en esos espacios nunca se propició más que el odio; tampoco es
casual que las cabezas visibles de esas movidas sean tributarias de una
dirigente que tiene su sicología destruida como lo es Elisa Carrió. La
sembradora de vientos ante la oportunidad histórica de demostrar que sus
acusaciones eran verosímiles arrugó como una rata. Después de decir hasta el hartazgo que tenía pruebas para
sostener que Eduardo Duhalde era el jefe narco en la Argentina en el juzgado se
limitó a señalar que lo hacía responsable como jefe de Estado y por tanto de
ahí se entendía esa responsabilidad frente a la situación del avance de la
droga en el país. Una entelequia.
Es
decir fueron visibles y les hicieron creer que eran líderes de las convocatorias
caceroleras, las que por otra parte nunca perforaron los límites de los
sectores acomodados y medios, de ahí que esas expresiones siempre y en los
distintos lugares del país en que se manifestaron no sobrepasaron las fronteras
de los barrios de clase medias y medias altas. Los sectores populares siempre
fueron grandes ausentes de esas movidas.
Lanata
pudo hacer pasear su ego por Cerrito el 8N y saludar con la ventanilla baja
seguro de ser un auspiciante de peso de los cacerolos a través de sus
intervenciones mediáticas, con él a la cabeza todo el conglomerado de medios opositores
que hacían el soporte logístico e instalaban los dispositivos de cámaras para
que los manifestantes más iracundos sacaran su bronca interminable en una
suerte de catarsis colectiva y con premio al manifestante más bizarro y sacado
de la noche. Rostros trasmutados, ojos rojos de ira, gargantas al borde de la
explosión, personas transformadas que no serían capaces de reconocerse al día
siguiente del papelón público de desgañitarse con improperios e insultos de la
peor bajeza.
La
última caceroleada fue nimia pero rica en expresiones de la constelación de
estrellas estrelladas que vieron esfumarse un capital que – por idiotas – en un
momento deben haber supuesto como propio. Bugallo, Santoro, Toti Flores, Morán,
Torres & elenco han bebido la última gota de quien sabe que sustancia les
hizo alucinar un mundo inexistente fuera de sus móviles y computadoras. Horas culo
en las sillas al reverendo cohete, porque son una suerte de bandidos locos, enfermos de odio que en un momento
sintonizaron con otros iguales pero no advirtieron los límites que el núcleo duro
era solo el que les ponía me gusta o iban subiendo la apuesta pero nada más que
eso. Pura espuma de cotillón.
No
se vio a Barreda esta vez. Ni a la Pando. El Momo si. Sabsay, que mandó a hacer
un cartel que sostenían una pareja de personas mayores promocionándolo para la Corte. Un par de mujeres y señores
mayores sacados. Ninguna persona joven. Una postal decadente de las últimas
imágenes del naufragio.
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