sábado, 16 de marzo de 2013

FRANCISCO, ENTRE ANGELES Y DEMONIOS



El rol histórico de la Iglesia durante el terrorismo de estado en la Argentina fue nefasto. Salvo excepciones destacables: los obispos De Nevares de Neuquén, Hesayne de Río Negro y Novak de Quilmes;  el resto de la jerarquía pasó desde el silencio hasta la complicidad más abierta con el régimen dictatorial, incluyendo la participación de las sotanas en todo acto oficial llevado adelante por las Juntas Militares sucesivas del “proceso”. Es real que los demás credos tampoco tuvieron una postura disonante pero lo cierto es que el pueblo argentino es católico y, seguramente esperaba de sus pastores un mayor compromiso en la lucha contra el horror institucionalizado. No lo hubo. Hubo complicidades,  familiares echados de los atrios  por curas fascistas, secretos de confesión violados, presencia de curas en las salas de tormentos, monjas de hospitales entregadoras de niños recién nacidos en adopciones ilegales, obispos recalcitrantes que predicaban la hora de la espada y la cruz como Laise de San Luis, colaboracionistas como el cardenal Raúl Primatesta de Córdoba y a la sazón presidente del episcopado, capellanes militares participando activamente de las políticas del terrorismo de estado; personajes siniestros como Tórtolo y Bonamín , (“en el militar que cumple con su deber represivo, Cristo ha entrado con verdad y con bondad' Bonamín)   predicadores del odio, la delación y la muerte, obispos y curas asesinados con la complicidad de la jerarquía; los casos de los seminaristas palotinos,  Angelelli, por ejemplo, monjas, religiosos  y laicos desaparecidos desamparados por una iglesia cobarde que prefirió su alianza con el modelo político y económico impuesto a sangre y fuego,  a llevar las voz del pueblo oprimido y atropellado en sus derechos.
Ningún documento de la iglesia argentina a través de su Conferencia Episcopal señala durante el oscuro período de la dictadura - 1976-1983 – alguna referencia a las violaciones de los derechos humanos, tampoco al modelo económico de corte liberal y financiero implantado por el régimen y principal razón para llevar adelante el golpe del 24 de marzo de 1976.
Esa etapa encuentra a Jorge Bergoglio como superior de su orden, los Jesuítas. Tenía 40 años, un hombre joven que transitaba por el peronismo como varios testimonios los certifican. Acá aparece un claroscuro en su vida: la situación de 2 sacerdotes, Yorio y Jalics, chupados durante 5 meses por el aparato represivo de la ESMA al mando del genocida Emilio Massera. Bergoglio aduce haber intervenido por la vida de los curas ante el propio Massera y ante Videla. Lo que está registrado es que el propio Provincial de la orden, Bergoglio, los deja afuera de su órbita y los curas quedan a merced de las fuerzas represivas que los acusa de “subversivos”, (que era como portar una sentencia de muerte )  y los detiene en mayo de 1976.
Porque la iglesia de aquellos años eligió ese rol, es un interrogante que tiene tantas respuestas como lecturas de la realidad de esa época. Lo cierto es que estuvo del lado del terrorismo de estado y muchos de sus principales voceros alentaron el golpe y justificaron sus consecuencias. También es real que es una estructura que pesar de la renovación biológica, las cabezas episcopales de los años de plomo han muerto, no ha fijado con claridad ante el pueblo la enorme responsabilidad que tuvo en esos años. Ni siquiera como una reflexión de desacierto político. Conforme al pensamiento conservador que atraviesa crudamente el espacio de las jerarquías clericales han preferido el cuestionamiento y la impugnación a correr el pesado archivo que pesa sobre sus espaldas. De ese pasado no puede sustraerse Jorge Bergoglio.
Por cierto, cuentan con otros instrumentos de poder y con la fe de un pueblo en sus creencias. Los gestos son solo eso gestos cuando no van acompañados de actitudes de compromiso verdaderas. También Primatesta usaba una sotana raída y llevaba una vida recoleta pero su otra vida estuvo siempre teñida de sospechosas relaciones.
Francisco inicia su papado. Después de Ratzinger cualquiera puede ubicarse a la izquierda. Llega al Vaticano en medio de esperanzas de renovación. No solo de gestos humildes para la tribuna.
  

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