No es la de Juan Gelman una figura cualquiera, el legado de una obra intensa y brillante lo pone en un lugar innacesible para las plumas menores. La lengua española ha perdido a un poeta universal, ante eso solo queda inclinarse. Mientras las letras del mundo le rendían homenaje, en soledad el vocero de "Cacho" Caselli, el embajador menemista en El Vaticano, Ceferino Reato viene a impugnarlo. El aullido de Reato es inaudible, suena como el maullido aflautado de un gato castrado. La derecha, que tampo es idiota para ir contra el Olimpo así nomás, recurre a los servicios del videlista mas "leido" - recurrir a la Pando sería de una ridiculez absurda y Gasulla  es apenas un botón raso- para ceder espacios a los sectores que no han leído jamás ni siquiera una columna de Gelman pero si son capaces de buscar prontuarios en la SIDE paralela y descontextualizar frases, párrafos y prosas para desentrañar el supuesto demonio que subyace en un pensamiento. Así de ímproba la tarea como inasequible son sus resultados pero igual la rema porque sus objetivos son los de mantener viva la llama de la guerra antisuversiva, tal como ese núcleo duro, del que Reato es portavoz,  mantiene su visión sobre el terrorismo de estado que asoló el país entre 1976 y 1983, y en el menor de los casos procurar  seguir sosteniendo la teoría de los dos demonios, la obediencia debida, los decretos de  Isabel y de Luder y "tutti cuanti" maquille el rostro del horror que su admirado "General"  Videlal, genocida en términos de verdad histórica, impuso desde la comandancia que ejerció durante esa hora trágica.
Una columna mediocre  escribe Reato en La Nación del 16 de Enero último acá sobre Gelman. Mediocre en palabras y al borde de la mendicidad argumental. Y también,  de una pobreza intelectual que da escalofríos en un verano tórrido como este, solo entendible en su cruzada de instalar una media verdad que no ha podido hacer pie más allá del círculo de nostálgicos del régimen  y que tiene en el Nunca Más marcado sus propios límites.
Es Gelman.
 
 
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