
No se porque pero siempre me resultó alguien desagradable. La gente que exagera gestos, formas, estéticas y se creen el ombligo del mundo me caen gordos. Ese aire de gordo superado que destila en sus puestas en escena, buscando que sean estas creativas y hasta espectaculares, para no decir nada más que alguna frase grandilocuente pero vaciada de contenido me hacía verlo en el Maipo mucho antes que derrapara ahí porque, también se me ocurre algo pelotudo ponerse en relator revisteril de la realidad, en esa suerte de versatilismo infinito. No se cuanta gracia podía sumar; creo que ninguna. No recuerdo que fuesen épocas en que había que cortar el tránsito porque las colas eran interminables para ver al gordo bolú. Tampoco, que el nuevo super star hiciera saltar taquillas y creciera una demanda importante en todas las salas de país para ver en vivo y directo a la fulgurante estrella y deleitarse con su aburridísimo y pelotudisímo monólogo . Hubo una época en que tenía todo listo para ser estrella de Telefé, un telefeico como se dice en el universo del canal de las pelotas, y los menemistas le escupieron el asado haciendo levantar el programa a último momento, produciendo en el dogor una gran depre. Hay que reconocerle talento, cierto histrionismo, pero no deja de ser más que un clásico producto del medio pelo porteño, con cero anclaje en el país real que excede por largo a la General Paz. Nunca el Dogor pudo salir de los límites de la Recoleta, de esa izquieda psico-progre. Nunca confrontó con las momias anquilosadas del golpismo, más bien fue reverente con ese discurso facho, de alguna manera funcional a la lacra que reencarna y que bien puede decirse que con la muerte del dinosaurio Bernardo se fue la mala leche quedó la nata.
 
 
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