Ramón Mestre ha pasado a ser el gran ausente por estas horas
en que ha comenzado el juicio por responsabilidades en la represión de los días
19 y 20 de Diciembre de 2001, fungía entonces como Ministro del Interior del
gobierno de Fernando De la Rúa, cuando la alianza se había deshilachado, el
oficialismo venía de perder las mayorías parlamentarias, el “corralito” de
Domingo Felipe Cavallo hacía estragos en los bolsillos de los pequeños
ahorristas porque los peces grandes habían vaciado las reservas y una larga
fila de camiones de caudales ocupaba gran parte del camino hacia el Aeropuerto
Internacional de Ezeiza. La Convertibilidad, endiosada por propios y extraños, - es decir por sus creadores los “Chicagoboys”
y la crema política desde Carlos Menem hasta la Alianza radical-frepasista - elevada
a la categoría de panacea universal para solucionar los grandes dramas
económicos argentinos había estallado por los aires aniquilando el sueño de
pequeños burgueses que pagaban un café sentados en la Peatonal Florida a igual
precio que en el Piccadilly de Londres.
Los vivos sabían que el espejismo duraría poco ya que se trataba de una laguna
para pescar dólares, una cuestión de tiempo para correr hacia las cajas de
conversión y llevarse los papeles verdes hacia el exterior. Eso era todo. Los pobres
y las clases medias a cambio del corset para los precios, dolarizados estos, entregaron
sus almas al diablo con tal de no volver a mirar por el retrovisor a las
repositoras de los supermercados adelantándose con la maquinita infernal soplándoles
las nucas. Los sindicatos habían concebido un nuevo modelo de lucha, el de
preservar las fuentes laborales a cambio de una precarización leonina. Exhausto
el cavallismo y sin aire el Presidente, con un gabinete que armó raspando la
olla del radicalismo más rancio, lleva a Mestre al ministerio del Interior.
Hombre de mano dura, venía de gobernar Córdoba a los
hachazos limpios sobre hospitales, escuelas, jubilaciones, pensiones, sueldos
de estatales y regar de bonos en nombre de la convertibilidad que ahogaba en
forma insoportable a las economías regionales. En nombre de la Alianza partió,
primeramente, hacia la Provincia de Corrientes, allá fue con su séquito de
secuaces, entre ellos quien fue interventor de la Capital y luego, cuando
Mestre va a Interior, como interventor federal en su reemplazo, el nunca bien
ponderado Oscar Aguad, sobre quien pesa – ante la ausencia física de su mentor –
el proceso por el apropiamiento de 60 millones de pesos-dólares, enviados a la
provincia litoraleña para pagar sueldos y que por un pase de magia, ambos convirtieron en bonos.
La ausencia física de Ramón Bautista Mestre, el ministro que
aconsejó al titubeante presidente sacar el ejército a las calles para repartir
comida en los unimogs en medio del
descalabro institucional, hace que un par de sillas estén más que vacías. Los 2
principales responsables de la represión de Diciembre no están; uno fallecido –
Mestre y el otro literalmente ausente, De la Rúa, como ausente está en la
historia.
En el banquillo está Enrique Mathov, desconocido él con su
barba freudiana y su calvicie prominente. El segundo de Mestre observa las
circunstancias que lo tienen como acusado con displicencia. Sabe que su lugar
es el de ser el chivo expiatorio, cargar sobre sus espaldas la mochila de la
sangre de tantos chicos esparcida por la Plaza y sus adyacencias.
Es la cabeza que entrega el radicalismo, un segundón que
siempre fue un personaje de bambalinas, a veces un figurón pero esencialmente
un actor de reparto.
En sí, es simbólico
que esté sentado en el banquillo de los acusados por el crimen, menos impunidad
y un precio a pagar por la responsabilidad en los hechos ocurridos los días 19
y 20 de Diciembre de 2001.
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