Julio Bárbaro es un personaje olvidable. Patético e
insignificante como lo ha sido su humillante colecta de votos por el peronismo
moyanista. Vende, por los andariveles por los que se mueve un
cierto tufillo intelectual. Un currero que nunca pasó a mayores y que alguna
vez pasó por el llamado Grupo Calafate,
sin pena ni gloria, en los albores del kircherismo.
Cobró. Siempre cobró. Con el menemismo, con el duhaldismo y
con el kirchenerismo. Lo que se dice un
eterno oportunista.
Un jactancioso charlatán de ferias porque a la hora de la
verdad a su pobreza intelectual se le une la pobreza electoral. Y sobre esa miseria de votos se para dando
cátedra sobre como asumir derrotas ajenas. O está de remate o el pobre tío de
bigotes manubrio no se dio cuenta que su desempeño electoral da risa.
Es tan caradura, tiene tan poca vergüenza que analiza
escenarios políticos abstraído del papelón que protagonizaron juntos Julio
Piumato, Hugo Moyano y el propio Julio Bárbaro que no llegaron al módico piso
electoral del 1;5% en la CABA y obtuvieron la magra cifra de 12.500 votos.
Piumato diputado – Bárbaro senador. Les fue brillante.
La soga en la casa del ahorcado sería la moraleja para el senil figurón que lejos de pararse en
su paupérrima cosecha de votos y cuando menos esbozar una mínima autocrítica se
convierte en analista de resultados ajenos.
Moyano, Piumato y Bárbaro son personajes repudiados.
Piantavotos, dijera el sabio General. Una caterva de atorrantes incapaces de
mover ningún amperímetro.
Triste y a la vez risueño.
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