Evita es sagrada para el Peronismo. Lo es porque supo
descender de las llamas ideales del discurso hasta la realidad que contribuyó a
modificar de manera abrupta desde su lugar en el proceso histórico que se
inició en 1945. Al caer en la cuenta del escaso tiempo de 6 años, que fue el trayecto
público de Eva, y la acción equiparable a siglos se puede inferir el porqué de
una presencia insoslayable para la
historia y la memoria colectiva. El suyo es un legado construido con la
fortaleza del amor que lo ha hecho trascendente y legendario, pero también porque esa acción, coherente,
consecuente, irredimible, innegociable e intransigente está impregnada de su espíritu
revolucionario como una dimensión que excede los límites del convencionalismo y de los
ensayos que han buscado en vano razones del corazón.
Océanos de tinta, kilómetros de celuloide, un sinfín de páginas,
cientos de expresiones artísticas y culturales han ido en búsqueda de Eva y han
tratado de llegar a conclusiones que no son necesarias o de interpretarla
cuando se ha manifestado de una sola forma y sin filtros. Su autenticidad no
admite distintas formas de verla. Su recorrido en palabras es claro. Dijo lo
que dijo y no hay lugar a equívocos ni manipuleos, ni hacen falta exégetas.
Poco es lo que se dice del cuadro político. De la dirigente
que edificó las bases del único partido político femenino del mundo y de la
líder preeminente que integró el Consejo Superior del Partido Peronista –
claramente la número 2 en la estructura de mandos, después del propio Perón - en función del poder que alcanzó, por otra parte impensado para una mujer de
mediados del siglo pasado.
La Ley 13.010 instituyó el voto femenino y terminó con la
oprobiosa democracia a medias que regía hasta entonces. Amplió los derechos y
puso a la mujer en igualdad con los hombres transformando el escenario político
vigente.
Sobre la nueva realidad operó Evita y construyó el Partido
Peronista Femenino al que también llamaba Movimiento Peronista Femenino y
asumió después de la Asamblea Constitutiva que se desarrolló durante 2 semanas
en el Teatro Cervantes entre el 12 y el 29 de Julio de 1949 y de la que
participaron 1500 delegadas de todo el país, su jefatura indiscutida.
Las bases del PPF serían los Círculos Femeninos, ateneos y
agrupaciones que promovían la participación de la mujer en el Peronismo pero
que permanecían excluidas de las decisiones políticas. Sobre ese entramado se
conformarían las Unidades Básicas del PPF y que llegaron a alcanzar las 2500
diseminadas por toda la Argentina.
La apelación a la participación de la mujer en lo social y a
ocupar responsabilidades políticas desde esa visión fue parte de una estrategia
correcta que pretendió morigerar el impacto que significaba la aparición en la
escena del poder de un nuevo actor. Eva, en esas jornadas, dirigió un discurso de neto corte político
donde explicó los alcances de la organización femenina y con una curiosa
actitud justificativa señaló que jamás trataría de apoyar a un círculo o a
otro, pues para ella no había más que peronistas, fueran hombres o mujeres.
Ella no actuaría como una “politiquera”, es decir, no haría política de
intrigas y bajezas, por presidir un partido político; es más, señaló que “jamás
haré política…quiero que vean (en mí)… al corazón del viejo coronel Perón en la
Secretaría de Trabajo y Previsión”. Era habitual que Evita se refiriera a Perón
como el coronel y, ella asumiendo el rol de nexo entre el gobierno y los
trabajadores. Evita señalaría en el cierre de la Asamblea constitutiva que las mujeres formaban parte de los sectores que
habían estado excluidos antes de la revolución del 4 de junio, sufriendo “las
mismas negaciones e injusticias que caían sobre ese pueblo y sumado a ellas, la
suprema injusticia de no tener derecho a elegir ni ser elegida, como si ella,
que era la garantía del hogar y de la vida y la educación de sus hijos, desde
la cuna hasta la madurez, resultara un peso muerto para el perfeccionamiento
político de la colectividad”.
La primera misión del Partido Peronista Femenino fue la de
trabajar “hasta el último aliento”, como subrayaría su Jefa, en el censo
destinado a enrolar a todas la mujeres en edad de participar de la vida cívica,
una tarea ciclópea ya que se trataba – ni más ni menos – de realizar el primer
registro y documentar a las mujeres argentinas, contando además con la
oposición cerrada de los sectores políticos del antiperonismo.
En las elecciones de 1951 las mujeres pudieron, por primera
vez, ejercer en plenitud sus derechos a elegir y ser elegidas. La democracia adquiría
mayores horizontes y más calidad.
El instrumento creado por Evita, el Partido Peronista Femenino
fue la principal expresión política de las mujeres. La organización fue centralizada y dominada
por el principio de obediencia al mando donde Evita decidió cómo sería la
estructura del Partido y quiénes ocuparían los puestos directivos. Por otra
parte, el PPF buscó movilizar a las mujeres como entidad propia, es decir en
tanto mujeres más allá de las situaciones de clases y proporcionó una vía de
acceso exitosa en su primera incursión política que fue determinante para el
triunfo de Perón a la segunda presidencia, uno de los objetivos políticos más
importantes del partido.
El PPF se organizó y funcionó como un partido separado,
independiente y autónomo del Partido Peronista Masculino pues contó con
estructuras políticas y celulares propias y diferenciadas. Además, se organizó
y activó “desde arriba” a partir de una táctica política de penetración territorial
que se produce cuando un centro controla, estimula y dirige el desarrollo de la
periferia, es decir la constitución de agrupaciones locales e intermedias del
partido. El liderazgo de Eva Perón, la inexperiencia política de las mujeres y
la situación imperante en el PP llevaron a la conformación de un partido
político singular que irrumpiría en la escena política en los meses siguientes
a la Asamblea y cuya impronta perduraría por muchos años.
El legado político de Eva Perón es la puesta en funcionamiento
de una estructura política sin precedentes, motivada por una mística
organizacional arrolladora para impulsar y llevar adelantes cambios profundos
al tratarse de vehiculizar las demandas invisibilizadas hasta entonces y que
atravesaban desde la iniquidad hasta cuestiones de género. Sin dudas, a la
distancia, surge como una propuesta superadora y totalmente abarcativa de la
situación que se vivía, reparadora además porque no solo concientizaba y
organizaba sino que promovía el ascenso político de la mujer a los estamentos
institucionales del poder formal y legitimaba las aspiraciones genuinas de
muchas dirigentes alejadas de la toma de decisiones por la vigencia de un
ordenamiento injusto. El aporte de esa experiencia habrá que recorrerlas en el
producto logrado por la participación parlamentaria de las mujeres que llegaron
al Congreso y a las Legislaturas y la mirada que esa participación introdujo en
estructuras obsoletas y parcializadas hasta entonces, francamente machistas y
en un punto oscurantistas, a juzgas por los discursos opositores de la época.
Hacía falta una revolución para transformar la historia y en
la práctica lograr nuevas formas de participación popular a través de la
modificación de esos aspectos retardatarios. Pero también se necesitaba un
impulso lleno de nuevas energías que fuese capaz de eliminar de cuajo las
resistencias a los cambios, un liderazgo nuevo y joven con las fuerzas y el
carisma de los 30 años que por entonces tenía la protagonista excluyente de la
llegada de la mujer al lugar que por derecho le correspondía en la historia.
Eva fue una gran transgresora, una impugnadora de los poderes
establecidos y a sus formas, la gran agitadora del proyecto inclusivo que
propone el Peronismo y de su razón de ser. Una militante abnegada por la causa
de la Justicia Social pero también un cuadro político excepcional que oxigenó
los aires y renovó los valores de la política para hacerlos más próximos a las
necesidades reales de los sectores más desprotegidos con los que selló un
compromiso imperecedero.
Tenía solo 33 años al momento de su partida, una flor
arrancada del jardín antes de tiempo como le diría Job a Dios al reclamarle
sobre la temprana muerte de su hijo. Una vida corta pero intensa y fecunda en
hechos. Actuó en medio del vértigo irrefrenable de los nacidos bajo el signo fatal de los que parecen
presentir una muerte joven. Como Cristo. Como Alejandro, a los 33 años y que
dejaron tras suyo huellas profundas y purificadoras para los empeñados en
seguir sus pasos.
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