jueves, 25 de julio de 2013

EVA PERON Y SU LEGADO POLITICO: EL PARTIDO PERONISTA FEMENINO



Evita es sagrada para el Peronismo. Lo es porque supo descender de las llamas ideales del discurso hasta la realidad que contribuyó a modificar de manera abrupta desde su lugar en el proceso histórico que se inició en 1945. Al caer en la cuenta del  escaso tiempo de 6 años, que fue el trayecto público de Eva, y la acción equiparable a siglos se puede inferir el porqué de una presencia  insoslayable para la historia y la memoria colectiva. El suyo es un legado construido con la fortaleza del amor que lo ha hecho trascendente y legendario,  pero también porque esa acción, coherente, consecuente, irredimible, innegociable e intransigente está impregnada de su espíritu revolucionario como una dimensión que excede  los límites del convencionalismo y de los ensayos que han buscado en vano razones del corazón.
Océanos de tinta,  kilómetros de celuloide, un sinfín de páginas, cientos de expresiones artísticas y culturales han ido en búsqueda de Eva y han tratado de llegar a conclusiones que no son necesarias o de interpretarla cuando se ha manifestado de una sola forma y sin filtros. Su autenticidad no admite distintas formas de verla. Su recorrido en palabras es claro. Dijo lo que dijo y no hay lugar a equívocos ni manipuleos, ni hacen falta exégetas.
Poco es lo que se dice del cuadro político. De la dirigente que edificó las bases del único partido político femenino del mundo y de la líder preeminente que integró el Consejo Superior del Partido Peronista – claramente la número 2 en la estructura de mandos, después del propio Perón -  en función del poder que alcanzó,  por otra parte impensado para una mujer de mediados del siglo pasado.
La Ley 13.010 instituyó el voto femenino y terminó con la oprobiosa democracia a medias que regía hasta entonces. Amplió los derechos y puso a la mujer en igualdad con los hombres transformando el escenario político vigente.
Sobre la nueva realidad operó Evita y construyó el Partido Peronista Femenino al que también llamaba Movimiento Peronista Femenino y asumió después de la Asamblea Constitutiva que se desarrolló durante 2 semanas en el Teatro Cervantes entre el 12 y el 29 de Julio de 1949 y de la que participaron 1500 delegadas de todo el país, su jefatura indiscutida.
Las bases del PPF serían los Círculos Femeninos, ateneos y agrupaciones que promovían la participación de la mujer en el Peronismo pero que permanecían excluidas de las  decisiones políticas. Sobre ese entramado se conformarían las Unidades Básicas del PPF y que llegaron a alcanzar las 2500 diseminadas por toda la Argentina.
La apelación a la participación de la mujer en lo social y a ocupar responsabilidades políticas desde esa visión fue parte de una estrategia correcta que pretendió morigerar el impacto que significaba la aparición en la escena del poder de un nuevo actor.  Eva, en esas jornadas,  dirigió un discurso de neto corte político donde explicó los alcances de la organización femenina y con una curiosa actitud justificativa señaló que jamás trataría de apoyar a un círculo o a otro, pues para ella no había más que peronistas, fueran hombres o mujeres. Ella no actuaría como una “politiquera”, es decir, no haría política de intrigas y bajezas, por presidir un partido político; es más, señaló que “jamás haré política…quiero que vean (en mí)… al corazón del viejo coronel Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión”. Era habitual que Evita se refiriera a Perón como el coronel y, ella asumiendo el rol de nexo entre el gobierno y los trabajadores. Evita señalaría en el cierre de la Asamblea constitutiva que  las mujeres formaban parte de los sectores que habían estado excluidos antes de la revolución del 4 de junio, sufriendo “las mismas negaciones e injusticias que caían sobre ese pueblo y sumado a ellas, la suprema injusticia de no tener derecho a elegir ni ser elegida, como si ella, que era la garantía del hogar y de la vida y la educación de sus hijos, desde la cuna hasta la madurez, resultara un peso muerto para el perfeccionamiento político de la colectividad”.
La primera misión del Partido Peronista Femenino fue la de trabajar “hasta el último aliento”, como subrayaría su Jefa, en el censo destinado a enrolar a todas la mujeres en edad de participar de la vida cívica, una tarea ciclópea ya que se trataba – ni más ni menos – de realizar el primer registro y documentar a las mujeres argentinas, contando además con la oposición cerrada de los sectores políticos del antiperonismo.
En las elecciones de 1951 las mujeres pudieron, por primera vez, ejercer en plenitud sus derechos a elegir y ser elegidas. La democracia adquiría mayores horizontes y más calidad.
El instrumento creado por Evita, el Partido Peronista Femenino fue la principal expresión política de las mujeres.  La organización fue centralizada y dominada por el principio de obediencia al mando donde Evita decidió cómo sería la estructura del Partido y quiénes ocuparían los puestos directivos. Por otra parte, el PPF buscó movilizar a las mujeres como entidad propia, es decir en tanto mujeres más allá de las situaciones de clases y proporcionó una vía de acceso exitosa en su primera incursión política que fue determinante para el triunfo de Perón a la segunda presidencia, uno de los objetivos políticos más importantes del partido.
El PPF se organizó y funcionó como un partido separado, independiente y autónomo del Partido Peronista Masculino pues contó con estructuras políticas y celulares propias y diferenciadas. Además, se organizó y activó “desde arriba” a partir de una táctica política de penetración territorial que se produce cuando un centro controla, estimula y dirige el desarrollo de la periferia, es decir la constitución de agrupaciones locales e intermedias del partido. El liderazgo de Eva Perón, la inexperiencia política de las mujeres y la situación imperante en el PP llevaron a la conformación de un partido político singular que irrumpiría en la escena política en los meses siguientes a la Asamblea y cuya impronta perduraría por muchos años.
El legado político de Eva Perón es la puesta en funcionamiento de una estructura política sin precedentes, motivada por una mística organizacional arrolladora para impulsar y llevar adelantes cambios profundos al tratarse de vehiculizar las demandas invisibilizadas hasta entonces y que atravesaban desde la iniquidad hasta cuestiones de género. Sin dudas, a la distancia, surge como una propuesta superadora y totalmente abarcativa de la situación que se vivía, reparadora además porque no solo concientizaba y organizaba sino que promovía el ascenso político de la mujer a los estamentos institucionales del poder formal y legitimaba las aspiraciones genuinas de muchas dirigentes alejadas de la toma de decisiones por la vigencia de un ordenamiento injusto. El aporte de esa experiencia habrá que recorrerlas en el producto logrado por la participación parlamentaria de las mujeres que llegaron al Congreso y a las Legislaturas y la mirada que esa participación introdujo en estructuras obsoletas y parcializadas hasta entonces, francamente machistas y en un punto oscurantistas, a juzgas por los discursos opositores de la época.
Hacía falta una revolución para transformar la historia y en la práctica lograr nuevas formas de participación popular a través de la modificación de esos aspectos retardatarios. Pero también se necesitaba un impulso lleno de nuevas energías que fuese capaz de eliminar de cuajo las resistencias a los cambios, un liderazgo nuevo y joven con las fuerzas y el carisma de los 30 años que por entonces tenía la protagonista excluyente de la llegada de la mujer al lugar que por derecho le correspondía en la historia.
Eva fue una gran transgresora, una impugnadora de los poderes establecidos y a sus formas, la gran agitadora del proyecto inclusivo que propone el Peronismo y de su razón de ser. Una militante abnegada por la causa de la Justicia Social pero también un cuadro político excepcional que oxigenó los aires y renovó los valores de la política para hacerlos más próximos a las necesidades reales de los sectores más desprotegidos con los que selló un compromiso imperecedero.
Tenía solo 33 años al momento de su partida, una flor arrancada del jardín antes de tiempo como le diría Job a Dios al reclamarle sobre la temprana muerte de su hijo. Una vida corta pero intensa y fecunda en hechos. Actuó en medio del vértigo irrefrenable de los  nacidos bajo el signo fatal de los que parecen presentir una muerte joven. Como Cristo. Como Alejandro, a los 33 años y que dejaron tras suyo huellas profundas y purificadoras para los empeñados en seguir sus pasos.





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