Y zas, se vino la jerarquía de la iglesia vaticana con su consabido documento findeañero a cantar sus verdades de perogrullo. Lo distinto hubiese sido algo más o menos así: "Nosotros los que venimos a pedir perdón por el rol desempeñado en otros momentos de la Historia en los que callamos, silenciamos voces, ocultamos, omitimos, entregamos mansamente obispos, sacerdotes y religiosas, les cerramos las puertas de nuestros templos a cientos de madres que llegaban hasta nosotros como última esperanza posible, los que contamos en nuestras jerarquías con hombres que acompañaron con su presencia cómplice escenarios trágicos y salas de tormento, .....Pero no, esta jerarquía es fiel depositaria del pensamiento corporativo que ha signado el andar de la iglesia argentina por la historia; siempre alejada de los sectores de los que dice tomar opción y siempre próxima a los que detentan el poder económico para los que habla tratando siempre de quedar bien. La jerarquía interpreta a sus sectores más conservadores y por ellos habla, se horroriza de lo que entiende como adoctrinamiento temprano y nada dicen de los bautismos a bebés recién nacidos que impusieron como un rito decimonónico. La jerarquía de la iglesia vaticana argentina es una jerarquía hipócrita que viene perdiendo desde hace años influencias pero sigue empecinada en sostener privilegios como que sea el Estado el que pague los sueldos de sus dignatarios y pretender atar a sus reglas de doble moral, que ni ellos respetan hacia adentro al conjunto de la sociedad, invadiendo fueros que no les pertenecen ni para los cuales nadie los elige.
Igualmente, el último documento de la Conferencia Episcopal ha hecho menos ruidos que antaño; la obviedad no alimenta adrenalinas, terminan siendo cosas que suceden como tantas otras, una suerte de costumbrismo de que algo hay que decir porque para eso nos hemos juntado. Nada. La vida sigue.
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