Pienso en mi abuelo, ese viejo peronista ferroviario, que era guarda del tren que iba desde Laboulaye a Buenos Aires y que traía al pueblo las buenas nuevas de un movimiento que iba a traer del vuelta al General. El viejo se refería a los días de Junio del 56 que se vivían como un hervidero de esperanzas en el subsuelo de la Patria sublevado.
El formaba parte de la Resistencia como correo y trato de ponerme en ese pellejo, jugado hasta las manos y en cuantas ilusiones habrá guardado en su alma por el retorno.
No fué, no pudo ser y lo que vino fue la continuidad de la película del odio impuesto por la fusiladora de Aramburu y Rojas; y la complicidad de todo el arco del antipueblo.
Don Juan, el compañero Juan, vivió como una gran frustación ese momento y guardó siempre una gran amargura por esos días que lo tuvieron como un actor más en el compromiso con sus ideas.
Cuando murió nos pidió que le pusiéramos con él su carnet de afiliado al Partido, y no alcanzó a ver el desguase de sus Ferrocarriles Argentinos de la mano de otro supuesto peronista, el que se hizo amigo de su odiado Rojas. Zafó de otra gran amargura, pero me hubiera encantado caminar con él por el Obelisco festejando juntos el Bicentenario con banderas en alto porque estos días que vivimos son como una canto aturdidor de esperanzas.
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